INTERCULTURALIDAD
Y EDUCACIÓN INTERCULTURAL EN MÉXICO
En México, la
interculturalidad constituye un campo aún emergente tanto de la investigación
académica como de la planeación política e institucional así como de la
intervención pedagógica. Apesar de su carácter reciente, en estas diferentes
vertientes académicas, políticas y educativas, el debate actual sobre los
modelos, enfoques, conceptos y soluciones interculturales refleja la
persistencia e influencia decisiva de tradiciones profundamente arraigadas en
las “políticas de identidad” nacionales, regionales y étnicas. El indigenismo,
incluso en sus fases post y/o neoindigenistas, sigue estructurando una forma
específica de construir, percibir e implementar la “gestión de la diversidad”.
El entramado de relaciones
normativas, conceptuales y empíricas que se establecen entre
“interculturalidad” y “educación” no es dominio exclusivo del quehacer
pedagógico, sino requiere de un análisis comparativo e interdisciplinar. Es
desde esta perspectiva que proponemos el estudio comparativo de los modelos de
educación intercultural (Gogolin, 2002; Dietz, 2003, 2009b).
México se ha ido generando
entorno al topos de la interculturalidad y de la educación
intercultural, para ofrecer un panorama global de los “tipos” y de las
“vertientes” del discurso mexicano contemporáneo en relación con sus
implicaciones transnacionales así como con tres ejes teóricos subyacentes: la
diversidad, la diferencia y la desigualdad. De este objetivo general derivamos
los siguientes pasos:
ü recopilar
el conjunto de enfoques generados desde el debate académico y la programación
político-institucional desde los años noventa en torno a la interculturalidad
en el ámbito educativo;
ü analizar
y comparar dichos enfoques en función de sus “gramáticas discursivas”
subyacentes (Gingrich, 2004), que –ésta es nuestra hipótesis– son el resultado
del trato privilegiado de las concatenaciones de los mencionados ejes de
diversidad, diferencia y desigualdad (Dietz, 2009a, 2009b);
ü relacionar
esta tipología de enfoques con sus interferencias discursivas transnacionales,
para rastrear sus orígenes ideológicos así como sus implicaciones programáticas
en su aplicación pedagógica (Mateos Cortés, 2009, 2011);
ü generar
de estas comparaciones una muestra representativa que identifique enfoques y
discursos con sus respectivas opciones programáticas, y así identificar para
cada caso una serie de prototipos de políticas públicas y de su aplicación
programática.
Interculturalidad
y educación intercultural: hacia un marco conceptual comparativo
En los últimos años hemos
asistido a un espectacular incremento de los temas relacionados con el carácter
multicultural de las sociedades hasta ahora consideradas “monoculturales”. Con
ésta u otras expresiones equivalentes, han surgido reflexiones e
investigaciones por parte de profesionales de diversos campos, pero muy
especialmente de las ciencias sociales. Algunos sostienen que este nuevo ámbito
de estudio está estrechamente relacionado con el resurgimiento y la redefinición
de las identidades étnicas indígenas, en el contexto del así denominado
“postindigenismo” latinoamericano. Otros insisten en que son más bien los
nuevos flujos migratorios del Sur hacia el Norte los que han obligado a que se
replanteen no pocos aspectos que configuran nuestra vida social y cultural
desde ámbitos disciplinares muy diversos: del derecho, la historia, la
sociología, la genética, la antropología y la pedagogía.
La
discriminación, el reconocimiento y las trampas de la discriminación positiva
El objetivo de esta política
de “acción afirmativa”, aplicada primero en los cuerpos representativos y que
tienen poder en la toma de decisión de los movimientos mismos y, posteriormente
transferidos a las esferas académicas y educativas, consiste en paliar la
discriminación persistente debida a criterios de género, color de la piel,
religión, etnicidad, etc., que las minorías sufren a través de una política
deliberada de “discriminación positiva” (Pincus, 1994).
El resultante concepto-clave
del multiculturalismo, la “cultura”, se asemeja cada vez más a la noción
estática de cultura que la antropología generó en el siglo xix y que acaba
subsumiendo las complejas diferencias, traslapes e intersecciones “raciales”,
“étnicas”, de “género”, “culturales”, “subculturales” y de “estilo de vida”:
La “cultura” en este
sentido, se supone que es algo virtualmente intrínseco a los genes de la gente
y que los distingue y separa para siempre. Una sociedad “multicultural”, según
este razonamiento, es por ello un pozo de monoculturas atadas, divididas para
siempre entre los nosotros y los ellos (Vertovec, 1998: 37).
Las
estructuras nacionalitarias subyacentes al discurso intercultural
El tratamiento diferencial
—sea éste asimilador, integrador, segregador etc.— proporcionado desde los
sistemas educativos oficializados y dirigido a determinados grupos
supuestamente minoritarios, forma parte integral de las “políticas de
identidad” del Estado-nación. La percepción de la alteridad es, a la vez,
producto y productora de identidad (Dietz, 2009b). Esta estrecha interrelación
entre la concepción de “lo propio” y de “lo ajeno” no sólo es constatable en
las ya clásicas pedagogías decimonónicas del “nacionalismo nacionalizante”
(Brubaker, 1996).
Desde los inicios de este
proceso de institucionalización programática, los movimientos
multiculturalistas van generando su propia teorización académica (Dietz, 2003,
2009b). Sobre todo para el contexto anglosajón, la relación dialéctica y
crecientemente contradictoria entre la praxis del multiculturalismo y su
autoanálisis conceptual ha sido ilustrada por dos campos interdisciplinarios
arriba mencionados: por un lado, la evolución de los denominados estudios
étnicos, i.e. el autoestudio con fines de “empoderamiento” practicado
por las propias minorías étnicoculturales, y, por otro lado, el surgimiento de
los estudios culturales, entendidos como una heterodoxa “culturalización”
crítica de los discursos académicos imperantes en el conjunto de las ciencias
sociales y humanidades occidentales.
Hacia
un marco conceptual común
Indagando en dichas
“gramáticas de la diversidad”, entendidas éstas siempre de forma contextual y
relacional, se evidencia la arriba mencionada homología estructural entre el
nacionalismo hegemónico, por una parte, y el multiculturalismo originalmente
contestatario, por otra parte. Ambos constituyen respuestas institucionales
específicas al desafío del pluralismo, de la diversidad y heterogeneidad
etnocultural. Esta homología y similitud estructural entre ambas tradiciones
político-ideológicas hace posible que el discurso acerca de la “educación
intercultural”, una vez que haya sido institucionalizado y academizado, no
sólo “migre” del ámbito de las reivindicaciones sociales al de la teorización
académica y de la “intervención” pedagógica.
Para comprender un discurso,
debemos analizar las condiciones socioculturales en que se genera, ya que los
emisores de éste pueden asignar distintos significados a los términos
utilizados. Por ello, al hablar de interculturalidad debemos de ser reflexivos
y críticos de nuestros discursos ya que el término se construye histórica y
contextualmente (Fornet-Betancourt, 2004; Beuchot, 2005). El término
interculturalidad es utilizado en programas, prácticas y políticas educativas,
y por su carácter polisémico ha llegado a convertirse en un “comodín para los
discursos políticos de moda” (Cavalcanti-Schiel, 2007: s.p.).
Categorizar
a los discursos migrantes
Para concatenar el análisis
del discurso intercultural con una tipologización comparativa de sus
respectivos actores y marcos institucionales, complementamos en este análisis
la mencionada teorización sobre migraciones transnacionales con algunas
categorías procedentes del estudio de las transferencias de conocimientos y
saberes. Para analizar redes intelectuales transnacionales, Charle, Schriewer,
Wagner (2006) distinguen entre:
·
la divergencia cultural inicial entre
contextos de difusión implicados,
·
los intermediarios que
intervienen en el proceso de transferencia y traducción intercultural de
discursos,
·
los campos de transferencia, que son
los ámbitos institucionales y de políticas públicas en los cuales se aplica y
aterriza el discurso transferido,
·
el modelo cultural interno de quien
adopta y se apropia de un discurso exógeno, así como, por último,
·
la pantalla lingüística desde la cual
se acaba incorporando el discurso transferido, traducido y apropiado.
Los “intermediarios”
Para aclarar quiénes son los
intermediarios y el papel que juegan en el proceso de migración del discurso
intercultural, distinguimos a los “emisores” de los “receptores” del discurso.
Denominamos emisores a los sujetos que tienen la autoridad o el poder de
teorizar acerca de la interculturalidad; en cambio, los destinatarios son
aquellos que acogen dicha teorización. En el primer caso, ubicamos a los
protagonistas intelectuales o ideólogos principales de la interculturalidad;
sujetos que cuentan con una gran trayectoria académica, que gozan de una
“autoridad” y tienen un prestigio institucional. En el segundo, incluimos a los
actores que acogen o reciben dicha teorización a través de cursos de formación
y actualización relacionados con la interculturalidad.
Básicamente los
intermediarios juegan tres papeles característicos: primero, importan o
exportan conocimientos, nociones y métodos; segundo, enseñan o transmiten tal
conocimiento, nociones y métodos […] finalmente, adaptan las nociones y los
métodos a la cultura local para asegurar una implantación fructífera y duradera
(Charle, Schriewer, Wagner, 2006: 177).
El “modelo cultural interno”
Los elementos que
diferencian a los sujetos al momento de cohesionarse, forman y cohesionan en
ellos un modelo cultural interno. Frente al nuevo discurso, y de forma paralela
al proceso de migración, los sujetos generan un proceso de reconocimiento de lo
que les es “propio” o “ajeno”. Ese reconocimiento puede crear reacciones de
resistencia y defensa o puede reafirmar su identidad, evitando o conflictuando
la incorporación del discurso al nuevo contexto. Aquello que se convierte en
resistencia lo denominamos modelo cultural interno; consiste en el conjunto de
pensamientos, creencias y prácticas que de manera consciente e inconsciente
integran la identidad de las personas. La categoría remite a la “tradición de
conocimiento” que guía a los miembros de los grupos: es el trasfondo, la forma
de pensar con la que se identifican. El modelo cultural interno da elementos
para explicar la forma en que las personas piensan y actúan. En nuestro
análisis, este modelo está integrado por aquellas reflexiones que nuestros
actores establecen como punto de referencia para explicarse, definir,
reproducir la interculturalidad y que a menudo remite a la comunidad indígena
como marco identitario.
LA
DIVERGENCIA CULTURAL INICIAL DE LA INTERCULTURALIDAD MEXICANA: DEL INDIGENISMO
AL ZAPATISMO
El proceso de la
“interculturalización” de las instituciones educativas mexicanas está en curso
(Muñoz Cruz, 2001; Bertely Busquets, 2003; Schmelkes, 2004, 2009a, 2009b;
Ahuja, Berumen, Casillas et al., 2004; Casillas Muñoz y Santini Villar,
2006), pero para entender su particularidad intrínseca cabe tener en cuenta, en
primer lugar, el trasfondo de la historia del indigenismo y de su doble
corolario ideológico, el nacionalismo cultural y pedagógico. Es en el complejo
marco institucional resultante de estos dos pilares ideológicos en el que es
preciso situar a continuación los reclamos de los pueblos indígenas y su
tránsito hacia una paulatina “interculturalización” programática y estructural
del sistema educativo mexicano.
Frente a este nacionalismo
“criollo”, modernizador y eurocéntrico surgen, tanto entre las revueltas
populares rurales del finales del siglo xix como entre la intelectualidad
urbana crítica, proyectos alternativos de nación, que se concretizan y enlazan
violentamente a principios del siglo xx en la Revolución Mexicana. Muchos
comuneros indígenas y campesinos sin tierra, procedentes de comunidades
indígenas y campesinas sobre todo del centro y sur del país, se suman a la
“bola” revolucionaria precisamente por defender sus derechos colectivos, que se
traducen paradigmáticamente en el célebre “Plan de Ayala”, un proyecto de
nación descentralizada, basado en comunidades autónomas y autogestionadas. Sin
embargo, en abierta contradicción con esta vertiente “zapatista”, a lo largo de
la contienda armada se acaba imponiendo un proyecto de nación fuertemente
citadino, centralizador y estatista. Ala vez, el proyecto victorioso y
finalmente oficializado contempla una nación nuevamente homogénea y una vez más
influenciada por Francia, en este caso por la tradición jacobina.
La paulatina “pacificación”
de los diferentes bandos armados se inicia el proceso institucional y cotidiano
de la “formación del Estado” (Joseph y Nugent, 2002), el grupo de intelectuales
críticos que se había formado en el Porfiriato tardío en torno a Vasconcelos,
conocido como el “Ateneo”, se hace cargo de convertir la “mestizofilia ideológica”
(Basave Benítez, 1992) en la nueva ideología nacionalista (Ocampo López, 2005).
Esta mestizofilia guiará las políticas culturales y educativas ante aquellos
sectores de la población sobre todo rural que aún no se identifican con la
nación mexicana (Peña, 1995, Dietz, 2005).
La principal tarea que tuvo
la educación al convertirse en asunto de Estado consistió en lograr tanto la
homogeneización del país, como su integración y participación dentro de la
modernidad. Después del proceso de independencia, a través de la escuela se
intenta formar un nuevo tipo de ciudadano. Es la educación básica la que tiene
la tarea de enseñar a respetar las tradiciones e instituciones del país
generando o buscando cierta uniformidad (Vázquez de Knauth, 1970), inculcando
valores capaces de generar en los individuos lealtad a la nación.
Las propuestas políticas de
ambos grupos generan una disputa constante:
Ya que los conservadores
luchaban por la prevalencia de la educación religiosa con base en los dogmas
de la iglesia católica, el principio de la autoridad eclesiástica y civil, los
principios de que la identidad nacional estaban fundamentados en la conquista
española, etcétera. Por el contrario, los liberales se empeñaban en lograr una
plena libertad de la enseñanza y sobre todo, el laicismo como medio para
terminar con el fanatismo y los errores científicos que esto provocan (Silva
Badillo y Muñoz de Alba, 1992: 193).
Asimismo, transmitía a la
población los programas establecidos previamente por el Estado a través de
diferentes órganos educativos. De la misma forma, la profesión docente se
convierte en el centro de atención del Estado, debido a que los maestros, a
través de las Escuelas Primarias Rurales, las Misiones Culturales y las
Escuelas Normales Rurales se vuelven los emisores de su ideología (Calvo,
1989).
El Estado tiene la tarea de
otorgar educación de calidad, que vaya de acuerdo con las exigencias sociales,
políticas y culturales de la época; así como de resolver las demandas laborales
de los maestros (Arnaut, 1988: 48). Por ello se siguen generando cambios en el
campo educativo con la idea de mejorar la calidad de la educación, debido a que
el Estado sigue ubicando a la educación como la solución de los “males
nacionales” (Peña Pérez, 2005: 160). No obstante, el hecho de que ésta sea
asunto del Estado no significa que su papel se reduzca a los intereses que éste
tiene respecto de ella;
EL PAPEL DE LA SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA
En sus inicios, la sep se
propuso combatir el analfabetismo y fomentar la escuela rural, la educación
media superior, así como la edición de libros para promover las artes entre
todos los sectores de la población, con el fin de brindar el “ideal
democrático” por el que se había luchado durante la Revolución (Irigoyen
Millán, 2006: 2). La sep se convierte así en el organismo que tomaría las
medidas necesarias para ejecutar los postulados establecidos en el Artículo
Tercero Constitucional.
Para fortalecer el proyecto
educativo nacionalista organiza cursos, promueve la construcción de escuelas,
la apertura de bibliotecas y busca que los grupos marginados en zonas rurales
accedan a la educación a través de diferentes programas. Por ejemplo, en el
periodo posrevolucionario establece la Escuela de Verano y para 1922 funda la
primera de diez Escuelas Normales Rurales (Ducoing, 2004: 52; Arnaut, 1988:
58):
Acomienzos de los años
veinte, aunque la sep elogiaba —de dientes para afuera— la rica estética de la
cultura indígena y promoviera una moda de sarapes, metates y huipiles entre los
intelectuales de la Ciudad de México, distribuía los clásicos griegos en los
pueblos más remotos (Vaughan, 2001: 56).
LA INTERMEDIACIÓN DEL SINDICATO NACIONAL DE
TRABAJADORES DE LA EDUCACIÓN
A lo largo de la historia
del magisterio, organizaciones como la Federación Nacional de Trabajadores de
la Enseñanza (FNTE) y el Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de la
República Mexicana (STERM) buscaron que la profesión docente se convirtiera en
asunto del Estado. Sin embargo, es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación (SNTE) el que logra que, a través de la SEP, la docencia y la
educación básica formen parte del Estado (Arnaut, 1988; Street, 1992, 1998).
Desde sus inicios, el SNTE obtuvo
recursos del Estado mexicano, articuló sus labores con la SEP y declaró
abiertamente su apoyo hacia EL PRI-PNR. Dentro de esta red de instituciones, y
con el paso de los años, el SNTE adquiría mayor presencia y fortalecimiento.
Sin embargo, el sistema educativo seguía bajo el control de los tres
organismos. El SNTE en ese entonces, actuaba como un órgano dedicado a encauzar
y limitar las demandas y peticiones del magisterio y, al igual que la SEP,
reprodujo la ideología nacional y populista del Estado posrevolucionario a
través de los principios de la educación pública, gratuita y laica.
En los años noventa del
siglo pasado, la relación entre SEP, SNTE y PRI comienza a fracturarse. Ya
durante el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988), se intentan viabilizar
políticas modernizantes en el sistema educativo como la descentralización, lo
cual redujo el gasto en el campo educativo. La baja de salarios generó
protestas por parte del magisterio, y los intentos de descentralización
produjeron conflictos entre la SEP y el SNTE (Street, 1992, 1998). En ese
entonces el SNTE era liderado por la “Vanguardia Revolucionaria”, una corriente
político-sindical cuyo representante era Carlos Jonguitud Barrios. Los
conflictos terminan en 1989, cuando Vanguardia Revolucionaria pierde el control
del SNTE y Elba Esther Gordillo toma su dirección política.
En el momento en el que Elba
Esther Gordillo se encuentra al frente del sindicato, éste deja de oponerse a
la descentralización del sistema y busca beneficiarse de este proceso. Por ello
se implantan nuevos compromisos, como el establecer alianzas y mostrar su deber
exclusivo con la educación, aspecto que quebranta su relación con el PRI.
El incremento del arraigo
local de sus miembros repercute en una ampliación de la programática de la
anpibac —limitada hasta entonces al ámbito educativo y cultural—, hacia
demandas políticas y agrarias (Hernández Hernández, 1988). Esta nueva dinámica
desembocará en una profunda división en la organización a lo largo de los años
ochenta:
Aquellos maestros que
mantienen su postura leal al régimen y que sólo desarrollan actividades de
política educativa y cultural pierden sus lazos con su base comunal; sin
embargo, logran establecerse en el medio urbano y conquistar paulatinamente
puestos claves en la Secretaría de Educación. Este grupo se autoconcibe como
una nueva “intelectualidad india” urbana; de él surgirán organizaciones
culturales propias como las Academias de lenguas indígenas creadas con
finalidades lingüísticas, la asociación de autores Escritores en Lenguas
Indígenas, A.C. y el así denominado Grupo Plural de Representantes
Indígenas, una plataforma informal de intelectuales indígenas (Dietz, 1999;
Gutiérrez Chong, 2001).
Los maestros que permanecen
en sus comunidades y se reintegran de forma activa en la política local,
pierden la posibilidad de acceder a puestos importantes en la administración
educativa. Aquellos maestros que no limitan sus actividades políticas al ámbito
local o regional aprovechan los residuos organizacionales de la anpibac,
convirtiéndola en una red informal para mantener sus contactos con maestros
indígenas en otras regiones.
A finales de la década de
1980 y sobre todo a lo largo de los noventa, ambas formas de organización, las
organizaciones campesinas y las asociaciones del magisterio indígena, entran en
una crisis existencial. Tanto el reconocimiento oficial de que el indigenismo
ha fracasado como medio de homogeneización étnica de la población rural, como
la retirada del Estado neoliberal de la política agraria y agrícola, significan
para ambos tipos de organizaciones la pérdida del interlocutor institucional.
Con ello, también pierden su justificación y legitimidad ante sus propias
bases. En este contexto, tanto las asociaciones indígenas del magisterio como
las organizaciones del “clásico” movimiento campesino se verán marginadas por
la aparición de un nuevo tipo de organización (Sarmiento Silva, 1991).
LA ETNIFICACIÓN Y
COMUNALIZACIÓN DE LAS REIVINDICACIONES INDÍGENAS
Apesar de este proceso de
“ciudadanización”, perceptible en diferentes regiones indígenas de México, como
resultado del mismo, la etnicidad y no la ciudadanía definida de forma
individualista y formal se convierte en principal fuente y objeto de las
reivindicaciones indígenas. Ello se debe a la coincidencia a comienzos de la
década de 1990 de tres factores diferentes que en su confluencia aceleran el
“despertar étnico” de las regiones indígenas de México:
En primer lugar, la
alternativa partidista pronto genera un desencanto generalizado entre las
comunidades indígenas respecto a la nueva disidencia partidista. El porcentaje
sorprendentemente alto que en zonas rurales obtiene la nueva disidencia
política en las elecciones presidenciales de 1988, ilustra el inicio del
mencionado proceso de ciudadanización de la población indígena y campesina, de
su ingreso en el ámbito nacional como ciudadanos que reivindican una mayor
participación política.
Los diferentes actores
indígenas y campesinos de los anteriores movimientos ahora comparten una
experiencia común: la impresión de ser mero “botín electoral” y base fácilmente
movilizable de diferentes actores mestizos y urbanos. El magisterio bilingüe
indígena sigue siendo marginado incluso dentro de las jerarquías del partido de
oposición, los comuneros y sus autoridades locales sólo son escuchadas en fases
de campaña electoral y los escasos representantes indígenas que logran ocupar
escaños parlamentarios o cargos políticos rápidamente pierden sus vínculos con
su electorado indígena. El mencionado proceso de desencanto coincide con la
retirada gubernamental tanto de sus políticas indigenistas como de sus programas
de desarrollo rural, con lo cual los antiguos intermediarios pierden sus
vínculos externos. Así, el abismo entre Estado y comunidad se amplía aún más
durante la fase de las reformas neoliberales de los últimos sexenios, de manera
que los intermediarios predilectos del Estado, tanto la intelligentzija indígena
como los líderes campesinos corporativistas, se verán forzados a decidirse entre
dos alternativas incompatibles: o rescatan sus oportunidades de ascenso
profesional desvinculándose de su comunidad o regio y se establecen en un
núcleo metropolitano, o se reintegran a en su comunidad de origen a expensas de
sus anteriores lealtades institucionales externas.
Esta alternativa es
brevemente pospuesta en el transcurso del mencionado debate no sólo nacional,
sino continental sobre el v Centenario. La “disputa del 92”24 muy pronto
trasciende el recinto académico y desemboca en un debate sumamente político
sobre la identidad y la autodefinición de los Estados-nación latinoamericanos y
su relación con los pueblos indígenas asentados en ellos (Díaz Gómez, 1992).
Alo largo de este debate, por primera vez desde la ruptura de las organizaciones
indígenas semioficialistas cnpi y anpibac se establece en México una plataforma
común que reúne tanto a los funcionarios indígenas leales al régimen como a la
disidencia india de regreso a sus regiones de origen (Sarmiento Silva, 2001).
Las formas de acción de las
nuevas alianzas regionales combinan elementos procedentes de los movimientos
urbanos de protesta con las habituales estrategias de las comunidades
indígenas: recurriendo a la práctica desarrollada en más de 500 años de
relaciones entre pueblos indígenas y administración estatal, primero se siguen
estrictamente todos los canales legalmente previstos para presentar solicitudes
y peticiones ante las instancias gubernamentales. Agotadas las vías legales,
se aplican medidas de presión como manifestaciones y bloqueos de carreteras
para, sólo en casos extremos, optar por la toma de instalaciones
gubernamentales y el “encierro” de sus funcionarios. Precisamente estas
“visitas” a las agencias gubernamentales responsables de la falta de atención
a las regiones indígenas, ilustra la conversión del “pobre indio” peticionario
de ayudas asistencialistas en un ciudadano perfectamente consciente de sus
derechos: mientras que anteriormente las autoridades comunales se veían
obligadas a acudir a la capital estatal o federal presentándose en todo tipo de
institución para solicitar cualquier ayuda por muy nimia que fuera, ahora
comunidades enteras “invaden” las dependencias gubernamentales y con su mera
presencia —que puede durar varios días y noches— imponen las medidas de fomento
hasta entonces denegadas o demoradas.
Es desde esta reivindicación
de la autonomía comunal o regional desde la cual los actores indígenas
replantean el debate sobre la educación bilingüe bicultural, que desde el
último sexenio se comienza a denominar educación intercultural bilingüe
(Ahuja, Berumen, Casillas et al., 2004). Como desarrollan más
ampliamente Muñoz Cruz (2001, 2009), Bertely Busquets y González Apodaca (2003)
y Jiménez Naranjo (2011),25 desde entonces el subsistema educativo dedicado a
la población indígena se ha convertido en foco privilegiado del reconocimiento
de la diversidad ya no como un problema o como un recurso, sino como un derecho
colectivo (Muñoz Cruz, 2001), que requiere de respuestas gubernamentales
diferenciadas y “pertinentes” (Schmelkes, 2003). La Coordinación General de
Educación Intercultural y Bilingüe (cgeib) de la sep acompaña estos procesos de
diversificación programática y curricular (Ahuja, Berumen, Casillas et al.,
2004, Chapela y Ahuja, 2006).
LOS INTERMEDIARIOS DE LOS
DISCURSOS Y SUS CAMPOS DE TRANSFERENCIA:ACTORES Y ARENAS PEDAGÓGICAS,
ACADÉMICAS Y POLÍTICAS DE LO INTERCULTURAL
La divergencia inicial
trazada entre los debates internacionales acerca de los modelos educativos
denominados interculturales (cfr. capítulo 3), por un lado, y la transición
mexicana hacia una paulatina interculturalización de los marcos institucionales
nacionalistas e indigenistas (cfr. capítulo 4), por otro lado, permite ahora
identificar y analizar las tendencias principales de la migración del discurso
intercultural y su resignificación por los diferentes intermediarios mexicanos.
Estos intermediarios
pedagógicos, académicos y políticos se sitúan en una especie de “triángulo
atlántico” de influencias de modelos y enfoques interculturales, de los cuales
se nutren conforme a sus propios intereses y estrategias para
“interculturalizar” determinados campos de transferencia. En particular, la
creación de nuevas figuras de intermediación cultural, la formación docente y
la educación superior surgen como “arenas” predilectas de estos actores para
aterrizar institucional y programáticamente su respectivo discurso
intercultural.
El maestro se ha convertido
en un “misionero cultural”, hasta que posteriormente llega a existir la figura
del maestro de educación normal que actualmente conocemos. El maestro misionero
se especializaba en el idioma de la región en la que iba a intervenir, contaba
con habilidades y conocimientos que le ayudaban a reclutar personas
interesadas en la docencia con el propósito de enviarlos a las poblaciones más
necesitadas (Tinajero Berrueta, 1993: 111). La mayoría de ellos provenían de
carreras técnicas o carecían de formación profesional, eran de diferentes
clases sociales y edades; además, contaban con “vocación de servicio social”.
El programa de las Misiones
Culturales comenzó de manera oficial en octubre de 1923, por iniciativa del
presidente Álvaro Obregón, se generó desde el origen de la sep y se ligó a la
labor de las Escuelas Rurales Mexicanas con la idea de mejorar la situación de
las zonas rurales e indígenas (Jiménez Naranjo, 2009a).
En 1926 hay un auge de las
Misiones Culturales, que ya eran vistas como “escuelas sin muros”, capaces de
formar a ciudadanos con mejores condiciones de vida. Pero es hasta el año de
1942 cuando se reorienta el trabajo de los maestros misioneros, debido a que
existe un paralelo desarrollo de instituciones educativas como las Escuelas
Normales (Tinajero Berrueta, 1993: 111).
De los sesenta a los noventa
las Misiones Culturales tienen como prioridad realizar campañas de
alfabetización para la población adulta; como consecuencia son transferidas a
la Dirección General de Educación de Adultos. En 1981 nuevamente son
transferidas a otro organismo, el Instituto Nacional para la Educación de los
Adultos.
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